Inquietudes de las familias respecto a los niños y la tecnología

Inquietudes de las familias respecto a los niños y la tecnología

¿Las pantallas dificultan la práctica de la lectura o la compresión lectora? ¿Menoscaban los resultados académicos de los niños y niñas?… Estas son algunas de las inquietudes a las que se trató de dar respuesta el pasado viernes en DigCitSummitES, que tuvo lugar en el espacio de la Fundación Telefónica.

Un evento organizado por María Zabala de iWomanish en el que tuve el placer de estar acompañada por Laura Baena, fundadora del Club de MalasMadres, Laura Cuesta Cano, responsable de Comunicación en Servicio PAD de Madrid, Mónica de la Fuente, fundadora de Madresfera, y Pablo Sánchez Carmenado, responsable en Marketing y Ventas de Ediciones Palabra, con la moderación de la periodista Ana Torres, redactora de Educación en El País. Aunque en la conversación tocamos muchos aspectos clave en relación los niños y la tecnología, el tiempo se nos fue de las manos y creo que todavía hay muchas inquietudes en el aire, algunas de las cuales me gustaría comentar, por si resulta de ayuda para algunas familias.

5 claves en relación con los niños, la tecnología y la lectura.

El artículo es extenso, así que anticipo un esquema-resumen por si alguien quiere ir directamente al aspecto que mejor responda a sus inquietudes.

  1. ¡Ojo con los titulares! Hay que profundizar en la información antes de pasar a la acción. No hay evidencia científica de que los dispositivos digitales sean malos para el desarrollo del cerebro de nadie. Tampoco que dificulten per se la práctica de la lectura. Ni que menoscaben los resultados académicos.
  2. Hay que poner reglas y límites. El hecho de que no esté demostrado que la tecnología sea mala no es óbice para que pongamos reglas y límites para evitar que los chicos estén conectados a todas las horas, y así prevenir ansiedades indebidas, trastornos del sueño, descensos del rendimiento escolar, etc.
  3. Hay que enseñar a los niños y niñas a leer en digital. Los dispositivos digitales responden a un uso muy intuitivo en sus aspectos básicos. Pero hay que conocer sus funcionalidades para la lectura digital y las particularidades de las propuestas en formato digital para que la práctica de la lectura redunde en la formación del lector.
  4. Hay que proporcionar a los niños y niñas propuestas de lectura digital de calidad. Las lecturas de calidad son clave para la promoción del interés y el gusto por la lectura desde las primeras edades. Así como para la consolidación de los hábitos lectores y la construcción de un itinerario lector enriquecedor.
  5. Hay que adaptarse a la era que nos ha tocado vivir. Los porcentajes de niños y niñas que utilizan tablets y smartphones están aumentando constante y exponencialmente. En este contexto, muchas de las pautas respecto a su exposición a las pantallas difundidas no se ajustan a las inquietudes de las familias y a la realidad en la que nos ha tocado vivir.

¡Ojo con los titulares!, independientemente de nuestras inquietudes.

Hay una especie de cruzada no escrita de algunos medios generalistas respecto a la tecnología. Especialmente, en lo que respecta a la tecnología en la infancia. Este hecho (no probado) deriva en titulares inquietantes, alarmistas… que alimentan nuestras inquietudes. Sobre todo si se trata de informaciones derivadas de estudios u opiniones de divulgadores muy conocidos.

Por el momento, no hay evidencia científica de que los dispositivos digitales sean malos para el desarrollo del cerebro de nadie, pequeños o mayores. Tampoco está demostrado que afecten per se a la práctica de la lectura o la comprensión lectora. Ni que menoscaben los resultados académicos. Por supuesto, siempre y cuando se forme en su uso y se haga un uso controlado de ellos.

La demonización de los dispositivos y del tiempo de uso (a día de hoy) es, sencillamente, injustificada. Muchos titulares y recomendaciones están basados en estudios mal hechos, repletos de falsos positivos y de resultados erróneos. Y las correlaciones que apuntan no son ciertas, según un meta-estudio recientemente publicado en Nature.

Este informe demuestra que hay estudios en los que se han manipulado los datos hasta conseguir que mostrasen unas correlaciones que, en realidad, no existían. Publicaciones que, al parecer, vieron la luz porque son muchos los que quieren creer sus incorrectas conclusiones y promover determinadas inquietudes. La relación entre tiempo de uso de dispositivos y el bienestar de los niños es insignificante.

Hay que profundizar en la información antes de pasar a la acción.

Por ello, es importante que, antes de pasar a la acción guiándonos por las inquietudes que nos produce un titular, nos informemos un poco:

  • ¿Quién ha hecho el estudio? Tiene más peso un estudio realizado por un grupo de investigadores especializados y con una amplia trayectoria que otros informes más circunstanciales.
  • ¿Con qué muestra se ha contado? No es lo mismo un estudio con un grupo experimental y de control de 5 ó 10 personas, que estudios que han contado con miles de participantes.
  • ¿Qué metodología se ha utilizado? Son más fiables los métodos científicos que otras técnicas de recopilación de datos como las encuestas, por ejemplo.
  • ¿Dónde se ha realizado? Hay que ver si la realidad del sitio en el que se ha elaborado la investigación es afín a la nuestra y a la de nuestros niños.
  • ¿Cuáles son los resultados? Todos, no sólo los que un medio destaca. ¿Y qué circunstancias se han de dar para que esos resultados se produzcan? Muchos resultados responden a situaciones de sobreexposición, muy alejadas de las recomendaciones de muchos especialistas.

El uso de dispositivos en unas circunstancias normales no genera ningún problema significativo. No es responsable de ninguno de los problemas con los que muchos pretenden relacionarlo. Y, por tanto, no reclama ningún tipo de medidas de alerta más allá de las que dicta el sentido común.

Hay que poner reglas y límites.

Sí o sí. Que no haya evidencia científica de que los dispositivos digitales sean malos para los niños y niñas no significa que no debamos establecer ciertas reglas y ciertos límites. Todos los aspectos que afectan a la educación de los niños deben ser objeto de control, como lo han sido siempre. ¿Tiene lógica dejar que un niño juegue a todas horas? ¿Que vea la televisión de forma continuada? ¿O que coma compasivamente? Todas las actividades de un niño deben ser objeto de un cierto nivel de control para generar unos hábitos adecuados.

Pero para llevar este proceso a cabo de forma correcta es preciso tener presente que cada niño o joven es diferente. Y entender también que los dispositivos sirven para muchas cosas para proponerles usos alternativos que enriquezcan su desarrollo. Por ello, hay que observar sus interacciones y establecer una conversación fluida en torno a los usos que hacen de la tecnología para detectar ventajas e inconvenientes. Y, en base a ello, establecer unas normas familiares (para toda la familia, adultos incluidos; hay que predicar con el ejemplo):

  • Determinar lugares de uso. Para evitar que los chicos estén conectados en situaciones inadecuadas (actividades familiares, durante las comidas…).
  • Definir momentos de uso. Para evitar que los chicos estén conectados en horarios inadecuados (por la noche, por ejemplo).
  • Delimitar tiempos de uso. Para evitar que los chicos estén conectados más tiempo del recomendable (20/30 min. máximo con 2-6 años; 1h. máximo con 6-10 años; 2h. máximo a partir de 10 años).
  • Establecer límites de gasto. Para hacerlos conscientes y responsables de su consumo (en edades avanzadas).
  • En último término, aprovechar las funcionalidades de control parental incorporadas en los dispositivos y en las aplicaciones. Si regulamos el uso de la tecnología de nuestros menores puede que estas herramientas sean prescindibles.

Cada niño o niña tiene sus inquietudes.

Avanzaba en el epígrafe anterior que cada niño o niña es diferente y tiene sus inquietudes. Y hay que observar sus interacciones y establecer una conversación fluida en torno a los usos que hace de la tecnología. Las pautas expuestas son muy generales y pueden no valer a todo el mundo por igual. Si vemos que nuestro hijo o hija las adopta sin problema, estupendo. Pero si el uso de tecnología le genera nervios, irascibilidad, etc. pueden no ser suficientes y habremos de adoptar medidas más precisas.

Además, los smartphonesy las tablets proporcionan acceso a Internet con lo que el usuario debe tener cierta madurez antes de disponer de un dispositivo propio, y ser consciente de los inconvenientes (incluso, peligros) que puede suponer respecto a su privacidad. Teniendo esto presente, es fácil que la edad recomendada, salvo excepciones que un adulto responsable puede analizar y valorar, no se sitúe nunca por debajo de la adolescencia (12 años; 10 años, como muy pronto).

Por otra parte, una vez que le demos autonomía al niño o joven, hemos de respetarla. Porque, además, el exceso de control puede limitar ciertos aspectos de su desarrollo. Los niños y niñas deben aprender a ponderar situaciones de riesgo. Si los menores dejan de prestar atención a estas situaciones porque saben que sus padres y madres están al tanto de ellos en todo momento, se puede limitar el desarrollo de su juicio personal. A este hecho, hemos de sumar el que los niños, al igual que los adultos, tienen todo el derecho a tener una vida privada y a no tener la sensación de que se les vigila constantemente.

¿Cuándo hemos de alertarnos?

Mi recomendación es que se mida muy bien el nivel de control. Y que si se usa la tecnología para responder a nuestras inquietudes y prevenir riesgos de nuestros menores, se haga de una forma razonable; no debemos delegar en ella una responsabilidad que nos corresponde como adultos. Además, los sistemas y herramientas de control parental ofrecen a los adultos una falsa percepción de seguridad total, puesto que, aunque no se puede cuestionar su utilidad, la tecnología no puede mantener a los pequeños a salvo de forma absoluta.

De primeras, si un niño o niña no suelta el teléfono o la tablet, no tiene un problema de adicción. Tiene un problema de educación. Y el responsable de ese problema no es el dispositivo, sino la persona que no lo está educando. Escudarse en que “los dispositivos son adictivos” o en que “las empresas los hacen demasiado atractivos” es una mala excusa. Los niños pueden utilizar sus dispositivos digitales con sentido común. Además, será la base de su preparación para un futuro en el que van a estar rodeados de dispositivos, se dediquen a lo que se dediquen.

Si bien, como hemos avanzado, hay que observar las interacciones de los niños con la tecnología. Si un niños se altera de una forma llamativa con el uso de dispositivos digitales y no es capaz de asimilar las normas habremos de ser más restrictivos en su uso. También si empezamos a detectar que se han convertido en un objeto al que acuden de forma compulsiva cada pocos minutos. El uso de dispositivos por parte de los niños es malo si altera sus rutinas o se convierte en algo que interfiere con sus relaciones familiares. O si evita que hagan otras cosas saludables. Por ejemplo, jugar solos o con otros niños.

Hay que enseñar a los niños y niñas a leer en digital.

La lectura en papel y la lectura en pantalla presentan diferencias. Pero también muestran un similar comportamiento en algunos aspectos. Y, a la postre, comparten una misma finalidad. El lector, en uno y otro caso, busca disfrutar de una historia, deleitarse con las palabras y las imágenes; persigue cierta información que necesita para elaborar un informe académico, profesional, resolver un problema práctico, conocer, comprender, entender algo o entenderse a sí mismo. Ante un libro impreso, un ebook, una app, un blog, una página web… siempre hay una persona que busca en ellos placer, diversión, preguntas o respuestas a sus inquietudes, el lector.

El soporte no es el clave en relación con los niños y la lectura. La clave es la lectura compartida. La lectura compartida resulta clave para motivar el interés por la lectura. Y para contribuir a la formación desde las primeras edades. Este hecho es aplicable a los contenidos en formato digital. Si bien, se han de tener en cuenta los aspectos diferenciales tanto en el diseño de los materiales como en la selección. Y, por supuesto, en las prácticas de lectura compartida en soporte digital. El formato no afecta a la comprensión lectora en la etapa de prelectura. Si bien, hay que enseñar a los niños y niñas a leer en digital.

El mayor reto no es otro que formar lectores competentes. Lectores que conozcan y se muevan entre todo tipo de textos, acostumbrados a leer en distintos formatos, avezados en surcar diferentes vías y canales, preparados para saltar de uno a otro cuando la lectura lo precise. Lectores capaces de descifrar todo tipo de códigos, de comprender los mensajes que nos transmiten, de enjuiciarlos y ser críticos con ellos. En definitiva, lectores del siglo XXI.

Hay que proporcionar a los niños y niñas lecturas digitales de calidad.

El consumo creciente de contenidos digitales desde edades cada vez más tempranas es un hecho. Y se ha de asumir y contribuir a la formación de los mediadores, en especial de las familias, para que redunde en un beneficio de los lectores. Para que proporcionen a los lectores lecturas digitales de calidad. Para que compartan con ellos la lectura (versus «enchufarlos» a un dispositivo). Y, por tanto, se favorezcan experiencias de lectura compartida que contribuyan a formar lectores digitales. Así:

  1. Seleccionad contenidos digitales adecuados a la edad de vuestro hijo o hija en torno a temas que sean de su interés y respondan a sus inquietudes. Hay muchos que, además, tienen un componente educativo que pueden ayudar con conocimientos o habilidades que sea necesario reforzar. En AppTK.es encontraréis más de 300 recomendaciones.
  2. Tened presentes las circunstancias en las que vuestro hijo o hija podrá hacer uso del dispositivo digital. Por ejemplo, en situaciones de movilidad, puede ser más recomendable que en el contenido digital seleccionado prime lo audiovisual sobre lo textual: apps con la funcionalidad de lectura automática, audiolibros…
  3. Mirad con muy buenos ojos las propuestas digitales que proponen juegos que se pueden compartir en familia. Y también las que pueden ayudar a ir recopilando vuestras experiencias familiares del día a día en tiempo real.
  4. No escatiméis a la hora de realizar las descargas. Hay contenidos digitales gratuitos muy interesantes. Pero, en general, las propuestas de pago para público infantil y juvenil ofrecen mayores garantías de seguridad y privacidad. Y, gracias a ellas, les evitaréis la publicidad.
  5. Finalmente, no olvidéis comentar con vuestro hijo o hija la experiencia de lectura digital: ¿te está gustando/te ha gustado la historia? ¿de qué va?…; ¿Qué estás haciendo? Cuéntame; A ver cómo te ha quedado.

Ideas para enfocar bien el uso de dispositivos digitales en la infancia.

Mientras la educación no se adapte a los tiempos actuales, seguiremos viendo todo tipo de correlaciones engañosas. Mientras no se integren de verdad estos dispositivos en el proceso formativo de los niños y jóvenes, y se eduque en su uso, los resultados seguirán siendo un fracaso. Hemos de tener presente que:

  • Los dispositivos digitales son herramientas para el ocio. Pero también claves en los procesos de formación y socialización de los niños y jóvenes. Sin embargo, para obtener buenos resultados, hemos de formarlos en su uso.
  • Los dispositivos digitales son una puerta de acceso a la información. Pero para que este redunde en la consolidación de sus conocimientos hemos de enseñar a lo niños y jóvenes a buscar, seleccionar y reelaborar contenidos.
  • Los dispositivos digitales son también una puerta al entorno social. Pero se trata de un entorno permanentemente conectado. Y hemos de enseñar a los niños y jóvenes a gestionar este hecho.
  • Los dispositivos digitales pueden ser un gran aliado en la promoción de la lectura y en el desarrollo de los hábitos lectores. Pero para ello, tenemos que descubrir contenidos de calidad y ponerlos a disposición de los lectores infantiles y juveniles. Así como enseñarlos a leer en pantalla y sacar partido de sus funcionalidades.
  • Los dispositivos digitales deben ser un recurso para los niños y jóvenes en el colegio. Si no es así, se ha de pensar en cómo completar esa parte fundamental de su formación.

Hay que adaptarse a la era que nos ha tocado vivir.

Casi a diario podemos leer la prensa generalista y en los medios especializados artículos que abordan el tema de la tecnología en la infancia, normalmente desde una perspectiva maniquea. Y mientras este debate parece perpetuarse sin llegar a ningún punto de convergencia, los smartphones y las tablets nos invaden y se sitúan al alcance de los pequeños que, desde los pocos meses de vida, quedan extasiados con sus destellos luz y con sus posibilidades de interacción.

La cuestión es que entre los contactos circunstanciales con estas pantallas o los meditados, y la imagen de niños y niñas enchufados en cualquier lugar y en cualquier momento hay un trecho importante. Y la decisión no está en venerar o demonizar estos artilugios omnipresentes para evitar inquietudes, sino en aprender a hacer un buen uso de ellos. Las pantallas son sólo herramientas. En el uso que se haga de ellas encontraremos un beneficio o un perjuicio.

La primera premisa es la mesura. Las posturas extremas, tanto las que anulan o pretenden anular el contacto de los niños con las pantallas, como las que los exponen de forma aleatoria o constante, son definitivamente erróneas. Las pantallas forman ya parte de nuestras vidas (al menos de la del 99.9% de la población mundial) y hemos de consentir, incluso, promover interacciones naturales y progresivas con ellas.

La segunda premisa es que estas interacciones deben ser acompañadas por el adulto mediador. Enchufar a los niños a las pantallas mientras nos desenvolvemos en nuestros quehaceres domésticos, o para que se estén tranquilos en un lugar público es una aberración. El hecho de que los niños y niñas de cualquier edad puedan manejar de forma autónoma estos cachivaches no quiere decir que sean conscientes lo que están haciendo, que sepan seleccionar contenidos adecuados o que sepan sacarles partido.

Al margen de las inquietudes, las pantallas son necesarias para la formación de lectores del siglo XXI.

Las pantallas pueden ayudar a los más pequeños a desarrollar numerosas habilidades, a adquirir numerosos aprendizajes… siempre y cuando les enseñemos para que así sea. Los canales de vídeo contienen numerosos contenidos de interés para los niños, pero si no los acompañamos mientras los disfrutan, es muy posible que acaben consumiendo contenidos comerciales, incluso, inadecuados. Hay apps fantásticas, pero los niños no van a aprender a sacarles partido sin más. Es importante que haya un acompañamiento para que, poco a poco, profundicen en su uso.

Algunas de estas herramientas digitales incorporan filtros parentales, pero dejar el control en ellas es un acto tan irresponsable como dejar solo a un niño en un parque porque está vallado. Más allá del uso intuitivo que cualquiera pueda hacer de las herramientas digitales está la comprensión y el aprendizaje de sus mecanismos, y es en esos en los que debemos enfocar nuestra atención como adultos mediadores.

Los porcentajes de bebés menores de dos años que utilizan tablets smartphones se están incrementando de forma constante y exponencial en los últimos años. En este contexto, las pautas respecto a la exposición de los niños a las pantallas que se han difundido hasta ahora para responder a las inquietudes de los adultos parecen ser poco realistas. Es, sin duda, más razonable que empiecen a diseñarse y difundirse estrategias y recomendaciones acordes a la realidad en la que nos ha tocado vivir.

 

Imagen de Vidmir Raic en Pixabay.

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