Lectura en papel o en pantalla. Consecuencias según Pablo Barrena

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Vamos a realizar una navegación rápida por los pasos que la humanidad ha dado hacia la lectura plena, desde los remotos comienzos de “leer” la naturaleza, para cazar, recolectar, caminar, otear o asentarse en lugar apropiado, hasta nuestro presente histórico, ahora metidos los ciudadanos en una nueva revolución cultural, económica y científica  que estimula el deseo de conocer al otro y al mundo a través de pantallas.

Adentrémonos en un sendero que aclare algo al respecto a los formadores de lectores, antes que nada lectores de la literatura, y lo que esa tarea significa para la infancia y la adolescencia de cara al futuro en cuanto a aprender a ahondar en lo personal y colectivo.

No hay que temer el reto de la sociedad que se avecina, y mejor afrontarlo, aunque con precaución, porque, y aquí comenzamos el sentido cierto de la ponencia, el cerebro, ¿nuestro ordenador, nuestro sistema central?, es muy  adaptable a las circunstancias nuevas, cambiantes.

Una primera gran muestra de esa plasticidad se produjo cuando el cerebro tuvo que reorganizarse al principio de los tiempos, y así, de aquellas primeras “lecturas” funcionales, de supervivencia, que hacía de la naturaleza,  pasó a ser capaz de grabar signos representado lo que quería contar -cuentas simples o complejas-, y controlar -objetos y vidas-; y lo hacía para conservar  y leer después esa información según necesidades.

La plasmación y  lectura de signos no surgieron por azar en el cerebro, dieron comienzo a partir del cableado del sonido, que los niños tienen de nacimiento, y desde ahí se sucedieron avances cognitivos, a la par que se daban las grandes transformaciones culturales de la antigüedad remota.

Para pintar o rayar signos y símbolos reflejando la realidad, el cerebro fue abriendo senderos en el área visual y junto con la modificación del área intelectiva aprendió a representar, por ejemplo, un árbol, un animal,  un arco, y también a saber que el sonido que emitía al señalarlo correspondía al significado de  ese signo.

Ahora es cuestión de ir a la historia de la lectura, a sus comienzos.

Roberto Calasso,  en su novela Las bodas de Cadmo y Harmonía (Anagrama), siguiendo las huellas de historiadores clásicos como Herodoto (Historias),  Nono (Dionisiacas) o en la línea del poeta y ensayista Robert Graves (Los mitos griegos), cuenta la leyenda del príncipe Cadmo, hijo de los reyes de Fenicia y hermano de Europa, a la que, tras sufrir él grandes peripecias, liberó de Zeus, que la había raptado transformado en toro.

Estas y otras hazañas y también dones que otorgó a Grecia, el arado, la agricultura, la fundición de metales,  quedan en poco si se fija la mirada en que el príncipe (de cuyo nombre viene academia y académico) fue a casarse con Harmonía, princesa de Samotracia.

El regalo que lleva el príncipe Cadmo a los esponsales son unos preciosos signos minúsculos, “dones provistos de mente”, y a esa fiesta no faltan ni los dioses del Olimpo. Pero solo Zeus, ceñudo y fastidiado, sabe que esas pequeñas joyas prodigiosas son vocales y consonantes, las letras del alfabeto, signos útiles, “modelo de grabado de un silencio que no calla”, para enriquecer la memoria y dejar registro de vivir la vida, y que desde entonces ha sido base del conocer y del saber.

El ABC es el más eficaz de los sistemas de escritura, es el mejor estímulo para el flujo de ideas y facilita el aprendizaje de la lectura incrementando la conciencia del habla y, en consecuencia, la evolución de la mente.

Claro que, imposible de olvidar, intercalamos ahora las negativas de Sócrates que renegó de lo escrito, por cuestión de perder en parte la humanidad, según él,  y el ejercicio de oratoria y demás modos verbales de expresión y recuerdo. Negó la lengua escrita por ser rígida,  destruir la memoria y hacer perder el control sobre el lenguaje.

Pero no cabía dar marcha atrás en las ventajas del lenguaje escrito para la nueva manera de comunicar y conocer. No obstante, los avisos de Sócrates han de ser tenidos en cuenta respecto a los procesos del cerebro y su plasticidad en relación a la lectura en el futuro cercano, pero lo de hablar de si sucede ya o no aún es cosa de debatir más adelante.

¿Cómo, qué aprenden las generaciones actuales en las pantallas?, ¿hay más o menos profundidad en sus lecturas digitales?, ¿qué reflexión hacen sobre la cambiante realidad, cómo la analizan y la observan?, ¿se examinan y examinan a los demás, como quería formar Sócrates a sus alumnos? Pero, y las ventajas de los nuevos modos de leer, ¿podemos dejarlas a un lado?

No perdamos, en cualquier caso, lo que mucho trabajo costó y cuesta en mantener, los niveles de lectura actuales, aun siendo mejorables, y sigamos con el esfuerzo de elevarlos. Que no se pierda la formación constante de lectores, en España, pues todavía tenemos ingente tarea que hacer en esta cuestión colectiva.

No retrocedamos en los principios básicos que han conformado nuestra sociedad, porque la amenaza de retroceso moral por vía tecno-económica-política se está haciendo muy patente en cuanto a libertades (nos espían, espían tanto que da pavor solo de pensar en el ciberespacio) y derechos adquiridos; en cuanto a formas de explotación de mano de obra, justicia igual para cualquier ciudadano; dicho todo ello en estos términos, y, en fin,  regresemos al propósito que  nos congrega.

Debemos reflexionar atentamente en lo que dice una obra bastante leída, y he aquí su título: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Superficiales (Taurus, 2011), de Nicholas Carr.

Este profesional de largo recorrido en el campo de la informática y después muy crítico con su propia historia, lo cual muestra en la obra, nos avisa del riesgo que corremos al usar profusamente, tal sucede entre los jóvenes, los iPhone, iPad, ebook, links, blogs, Twitter, Facebook, Youtube

Al final de su exposición, habla de la película 2001 Odisea en el Espacio, donde las figuras humanas cumplen con eficacia casi robótica, como siguiendo los pasos de un algoritmo prefijado, mientras que el computador HAL manifiesta efusión de sentimientos: “Puedo sentirlo. Tengo miedo”. Y concluye Nicholas Carr: la profecía de Kubrick, el director del film, es que “nuestra propia inteligencia se aplana y convierte en inteligencia artificial”.

Hay quien señala que lo mejor es dejar atrás aquello que ya no sirve, en escuelas, en las casas, en las oficinas, pero esas personas precisan poco respecto a lo que se pierde, ¡a lo peor ni lo piensan!, y también sobre lo que hablamos aquí: formación de lectores, amantes de las obras literarias, intérpretes al cabo de la realidad personal y circundante.

Para esos convencidos, acaso adoradores del nuevo dios, lo anterior de nuestra cultura es viejo y desechable como tal, y ante todo dicen que es de dejar aparte ciertas actitudes, y así acusan a los no creyentes en su fe: se niegan a las innovaciones, tienen miedo a las tecnologías del conocimiento y la información, se repliegan en sí mismos, no saben hacer pruebas de cualquier clase, y luego admitir fallos y volver a intentarlo, y desconfían  (apuntan con ardor acusador) de la estimulante globalización mediática.

Todo ello da vértigo, tiemblan muchos de los acusados, así que para tranquilizarnos volvamos a procesos mentales lineales, recordando lo que debieron disfrutar con los aprendizajes los contemporáneos del príncipe Cadmo, aquellos dioses, héroes, pitonisas, filósofos, alumnos de Platón.

Pongamos en balanza esta cuestión.

En el platillo donde posamos lo de siempre está la capacidad de aprender, pero ahora ese aprender ha tomado una deriva inestable, sin horizonte definido, nada que ver con lo tradicionalmente anhelado por el campesino, a la espera de la cosecha. El buen leer fue, sigue siendo en buena parte, emprender el sendero de la curiosidad, de la comprensión, de la interpretación, de obtener sensibilidad, gusto, de modificarnos por dentro, de aprender a estar  fuera, y ese propósito ha de devenir como horizonte personal, esperable.

Es que en un ebook o una tableta el medio domina la atención, pues se presta más interés a los resortes, enlaces, gráficos que van apareciendo, además en ese tipo de envoltorio de textos, sin referencias espaciales, no se palpan las páginas, no se ve la extensión del texto.

“Calmada, concentrada, sin distracciones -dice Nicholas Carr-, la mente lineal está siendo desplazada por una nueva  clase de mente que quiere  y necesita recibir y diseminar información en estallidos cortos, descoordinados, frecuentemente solapados –cuanto más rápido, mejor”.

Los recursos de combinación y enriquecimiento apenas añaden algo a la comprensión del texto, a no ser de otra clase, a través de materiales sumados, gráficos, referencias, detalles alternativos de los contenidos, es decir, elementos que desvían la atención primordial, y eso no va con las personas que tienen hábitos de memoria espacial al  leer.

¿Se va a alterar, o perder, la capacidad de intuir, inferir, descifrar, analizar, reflexionar sobre el placer y el dolor? ¿Qué sentido tomará el lenguaje para las nuevas generaciones, centradas en la velocidad de acceso a las informaciones y comunicaciones que surgen en las pantallas? ¿Darán las tecnologías avanzadas más beneficio, igual y común, a todos los seres, humanos y animales?  ¿Aumentarán las capacidades intelectuales de los menores y también la comprensión para el bien de la sociedad, tanto como el intelecto de nuestra especie cambió con los sellos de cálculo y  el alfabeto?

La especialización continua de nuestras neuronas muestra una organización cerebral capaz de evolucionar con cada reto que se le presenta. Pero los retos del presente y de los tiempos próximos dejan abierto el panorama en cuanto al posible nuevo desarrollo de los cerebros seducidos por las máquinas.

 

* Este texto es una selección de la ponencia «Pensar en las consecuencias de la lectura en papel y digital» de Pablo Barrena, impartida en el marco de las III Jornadas de Literatura Infantil y Juvenil en Extremadura, que tuvieron lugar entre el 18 y el 23 de marzo de 2014 en Miajadas, Cáceres.

 

Pablo Barrena García (Madrid, 1948). Licenciado en Ciencias de la Información. Escritor y crítico de literatura infantil y juvenil. Miembro de los jurados de importantes premios de LIJ. Colaborador de diversas editoriales y periódicos (hasta 2011 en el cultural de ABC). Autor de numerosos artículos en revistas especializadas de LIJ. Ponente, conferenciante, profesor de cursos de LIJ. Coordinador de la Red de Selección de Libros infantiles y juveniles (2004-2010), para la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, donde colaboró (2002-2012) en la plataforma web del Servicio de Orientación de Lectura (SOL). En la actualidad, además de impartir cursos, coordina clubs de LIJ en bibliotecas públicas de Madrid.

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Comentarios (1)

Siempre es un placer encontrar a alguien que haya leído y que comente Las bodas de Cadmo y Harmonía. Enhorabuena a Pablo por su erudita disertación.
Un abrazo

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